jueves, 1 de noviembre de 2018

ENTREVISTA A LA POETA EUGENIA CABRAL (CÓRDOBA)

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https://www.youtube.com/watch?v=7DIAO0vKxPk&feature=youtu.be


POETAS ARGENTINOS: ENTREVISTA CLAUDIA AINCHIL. PRODUCCIÓN CAMILA SUNICO. OPERACIÓN TÉCNICA: BCNRADIO. LOS MARTES DE 20 A 21 HS. POR LA RADIO DE LA BIBLIOTECA DEL CONGRESO DE LA NACIÓN http://bcnradio.com.ar/

EUGENIA CABRAL (CÓRDOBA)

Interior

Nadie me espere en miércoles ansioso.
Estaré sólidamente a solas 
por regiones antediluviales.

Iré dibujando en los huesos de mis pies 
las sandalias de caminar hacia la muerte.

Llevo el semblante sereno y solitario 
como un árbol que aguarda en la planicie.

                                (De El buscador de soles, Ed. de la Municipalidad de Córdoba,1986.)

Hay cuatro calles en la ciudad donde vivimos que, en sentido anti-horario, son: al Sur, la calle del cementerio, de donde vienen los vientos fríos; al Este, la calle de las oficinas públicas, que nos veda la salida al mar; al Norte, la calle de los mercados, hacia donde parten las caravanas; y, al Oeste, la calle de los pecados, hacia donde crece la ciudad…
(De Iras y Fuegos. último Reino, Buenos Aires, 1996)

lo bruto, lo invisible

Toma de mí           lo impuro
como si fuéramos primos a la hora
de la siesta 
mientras las madres duermen  su
soledad de casadas  
cuando despierten          apenas transpiradas 
con el vestido un tanto arrugado  
serán los ángeles de la cálida merienda  
aeromozas del Paraíso          esclavas dulcísimas      
de los niños  

entonces no nos lavaremos las manos 
para que las tostadas se impregnen  de
olor a sexo 
y el dulce de leche y la manteca 
guarden sabor a pezones  
toma de mí         sólo lo puro  
la transparente sombra de mi sexo 
sobre la tierra

                                (De Cielos y Barbaries. Alción Editora, 2004)

T a b a c o

La rabia dura lo que el cigarrillo.

Luego el humo y la ceniza esparcen

la desmerecida forma de lo que ha sido.
Arder. Arder como la brasa ambigua
que no es llamarada ni es ceniza;
entre secuencias de orden y desorden
arder; arder cual perfume de maderas;
cual ocaso –furia postrer del día-
arder; en pausas de la informática,
detrás de los envases descartables,
con un sexo torpe entre torpes manos,
arder. Como sólo el fuego puede arder.
Como pasión y soledad pueden arder.
Astro perdido en la jungla del cielo
tornando a una casa y a unos padres,
arder. Solícitamente, en honor de un amante,
arder. Ofrecer la transparencia y pretenderla
cada vez con menos fuerza y eficacia.                                           
Arder. En el templo de los bárbaros.                                                  
Arder, tan tenue como sea posible,                                                                                                                                              
ante la fatiga de la mirada. Encender
los rubíes de la culpa entre el lodo funeral
y las arenas donde el hedor de lo muerto
sobrevive (¿para qué?) sin condena ni justicia.

En el horno de los bronquios se caldean
la sinrazón de existir abominando
y el humo: símbolo de olvido e impotencia
de querer retener lo que se esfuma
-antes eterno, ahora fugitivo-,
breve danza de amor entre los dedos,
ocaso que arrastra el cuerpo del día
-iluminado de amor- a oscura gruta,
para escandir las formas de la noche
cual sílabas de un poema revelado.
                      (De Tabaco, Editorial Babel, 2009)
 
La voz herrumbrosa 

Sobre la tierra del patio,
mañanas como países condensados en racimos:
pequeñas naciones verdes y floridas,
minúsculas pampas de tréboles
y –en la habitación trasera-
el jardín zoológico de mis gatos,
jilgueros nerviosos y perros adoptivos.
Todo el mundo de la infancia converge
hasta que la sed nos doblega la espalda
y el sueño (boxeador experto) nos cubre la boca
con una toalla deshilachada,
que apaga un tanto la sed de estar solos.

Tantas veces has creído
que no volverías a ver la luz del día,
que no remontarías la punta de tu dedo
fuera del borde de la ventana
y, ahora, como si nadie te mirase,
encuentras –demorados en el patio-
la brevedad de la tarde, el cansancio
y la huella de salitre que ha calado las paredes.
Sin embargo, no es coherente,
¡si estás muy lejos del mar,
de los salitrales, de toda salina!
¿De qué manera el salobral
podría carcomer los revoques de tu casa,
las punteras de tus zapatos?

Mas, aunque dudes, ahí estás,
comprobando la improbable huella,
el salivazo despiadado
de una sal que no escogiste.

(De La voz más distante, Pan Comido Ediciones, 2016)

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