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POETAS ARGENTINOS: ENTREVISTA CLAUDIA AINCHIL. PRODUCCIÓN CAMILA SUNICO. OPERACIÓN TÉCNICA: BCNRADIO. LOS MARTES DE 20 A 21 HS. POR LA RADIO DE LA BIBLIOTECA DEL CONGRESO DE LA NACIÓN http://bcnradio.com.ar/
CARLOS ALDAZÁBAL (SALTA)
Poemas de Piedra
al pecho (Valparaíso, España, 2013)
Hamaca
Es que el misterio
empieza con una sacudida,
un shock de sombra que
estremece la escandalosa iluminación de la escena.
Otra probabilidad es
que se sostenga en un zarpazo,
pero para eso el
animal interior no debe estar amaestrado.
Al menos, algo de
rugido debe conservar,
algo de toro
enfurecido por la sangre.
Cuando digo “misterio”
no me refiero solamente a tus ojos
o a la obvia pregunta
sobre lo invisible,
salvo que lo invisible
sea yo para tus ojos,
y ahí no hablamos de
misterio, sino de olvido.
No: por misterio me
refiero al estremecimiento, al vaivén,
eso que puede ser
vals, aunque no solamente,
eso que puede ser
sueño para despertar abrupto,
despertar de sirena,
por ejemplo,
pero más de Odiseo que
de ambulancia,
aunque para Ulises
también hubieran sido misteriosos
esos colores rápidos,
desatados al vaivén de la marcha,
al ulular de la luz
contra la sombra, de la sombra contra la luz
y viceversa.
¿Y si el misterio no
empieza?
Eso es lo
inexplicable.
Ni sombra, ni luz, ni
animal interior, ni esperanza, ni sangre.
Sólo una calma chicha,
sobradamente conocida por otros navegantes,
los que anhelaron el
misterio antes que el olvido,
pero recibieron el olvido,
los que esperaron la
gotita de sombra en la luz centelleante,
pero fueron encandilados por el
sol:
atados a su mástil,
aguardando sus sirenas sin la suerte del griego,
mientras el mar los
ahogaba, sin hamacarlos nunca.
Guacamayo
Tu máscara está
pintada como un guacamayo:
eso te hace hablar más
de la cuenta, y ese murmullo,
atrapado en la
máscara, suele ser encantador.
A veces tu máscara
alucina en la noche
como una balada
irresistible entonada por hadas.
Otras veces, la
presión del rojo la lleva a irradiar
un aire de vergüenza:
es cuando yo acepto taparme la cara
con una bolsita de
cartón, de ojos pintados y boca sonriente,
ideal para andar por
una avenida transitada
sin ser percibido.
Sé que querés, pero yo
no me atrevo a prestarte un espejo.
La ilusión es tan
buena que aterra lo real,
como bien lo señala el
verde de tu máscara.
Lo único que podría
alterar tu escondite
es que tu máscara deje
de ser máscara
para ser guacamayo. Y
ahí te quiero ver:
vos sin máscara con
una bolsita de cartón tapándote la cara,
paseando por la
avenida con un guacamayo al hombro:
un aterrador efecto de
realidad.
Pero por ahora tu
guacamayo sigue siendo máscara
y te protege, incluso
cuando caminás con ojos enamorados
y todas las bolsitas
de cartón de la avenida
se dan vuelta para señalarte.
Esto es cosa sabida:
no basta un arco iris
para tapar las nubes
ni una bolsita de
cartón para morir
con la sonrisa en la
boca.
Por ahora tu guacamayo
es tu máscara,
y basta esa
certeza.
Eso que fuimos, que
seremos
Empiezo por los
ravioles:
entonces se hacían los
pactos de familia,
los acertijos de
mortero
que luego sazonarían
las salsas.
La pimienta
significaba un estornudo,
y estornudar una
plataforma de lanzamiento.
Pero no hace falta
llegar a la estratósfera
para saber cuándo
empieza otra esperanza,
parecida al ayer pero
en futuro.
Es que evoco de nuevo
esa molienda,
aquel acto de fe,
aquel almuerzo,
cuando los pactos
cruzaban Orinocos
ríos de salsa.
Pronto volverás,
abuela,
a preparar los
ravioles,
moliendo el mismo trigo
en el mortero.
Ahí estaré, carne de
tus huesos,
cayendo en tobogán al
precipicio
donde estarán tus
manos para arroparme:
harina entre tus
dedos,
satisfecho y feliz de
ser servido
en la mesa final donde
todo es memoria.
Kandinsky
La cuestión aquí es la
despedida:
un pañuelito que se
agita despacio
y una acequia por las
mejillas.
Toda despedida es un
pequeño luto,
como el negro de tu
falda
o aquella tarde de
domingo a la luz de la lluvia.
Algo de nostalgia
también hay:
no por el pasado, sino
por el futuro,
camino perdido entre
malezas,
profecía que nunca ha
de cumplirse.
Luego está la canción,
sea grillo, vals o
chacarera,
candombe, acordeón o
pajarito:
ruido impertinente que
suena en el cerebro
sin que nadie lo
llame,
justo cuando el
pañuelo se agita
y las acequias
desbordan
la lluvia, tu falda y
el domingo.
La canción:
línea de fuga a lo
Kandinsky
que pretende elaborar
sus teorías
trazando una espiral:
punto en expansión por
donde escapa el tiempo.
Vendaval
La
prudencia se pierde con la lluvia.
Ni
siquiera un paraguas me cubría
y no
existió el amor por esas horas.
Fue
pura cerrazón lo que dio el cielo,
pura
lánguida voz, puro estoicismo,
pura
razón sin crítica ni agarre.
Hubo
un alero gris, pero no quise.
También
se vio un zaguán,
pero
tampoco entramos.
En esa
distracción quedó perdida.
Ya las
gotas no daban con su forma,
ya su
canción de ahogada me aturdía,
ya sus
velos de musa me obligaban a oscuro,
y el
puro tiritar no nos fue suficiente.
La
prudencia se pierde con la lluvia.
¿De
qué sirven lamentos que no salvan?
Si no
regresa el sol continuará extraviada,
y
extraviados los dos seremos polvo,
partículas
de polvo disfrazadas de agua,
gotas
de un vendaval que no termina.
Tigre
Felino sí.
Probablemente puma o simple gato:
la madera tallada no transmite verdades
y a un tigre de madera no se le ven dibujos.
Faltaría un pintor, alguien que con minucia
le decore el hocico, las patas, los costados,
para que la madera forme al tigre,
espejismo de rayas, pura voluntad de artesanía.
Luego sí, vendrá algún domador hecho de plomo:
acercará la silla, y al oído del tigre
escupirá verdades hasta formar la jaula.
Con un poco de alambre cubierto de algodones
construirá un gran aro para que el tigre salte
y el fuego lo consuma, como consume el fuego la
madera.
¿Y si el tigre le ruge? ¿y si el tigre no
salta?
¿si la silla se rompe y el domador tropieza?
¿y si el fuego perdona los colores del tigre
y se encarga del plomo y lo convierte en río,
y el tigre va y se baña, como hacen los tigres
que no son de madera, y se queda sin jaula?
¿Entonces se sabrán los dibujos del tigre?
¿O será por el agua, su devenir, sus ríos,
que
Heráclito hablará de las certezas?
¿Cómo
resucita el carnaval después de la cuaresma?
¿Cómo
se sostiene el alma en equilibrio?
¿Cómo
se sacude los embates del miedo?
Contrapunto
al tango:
miren
el cartel que señala la ruta,
el
camino al embrión, a lo oscuro, lo frío,
a la misma
placenta.
Otra
vez a remar, ya sin corriente,
sin
ningún empujón hacia la orilla,
puras
manos perversas empujando hacia abajo.
¿Cuándo
resucita el carnaval?
Fuimos
felices en la casa del sueño,
todos
reunidos nos pensamos posibles
y las
horas pasaban tranquilas, complacientes.
Fuimos
valientes en el sol de la siesta,
bajo
un resplandor sutil, esperanzado,
que
no tardó en opacarse.
Entonces
fue la noche,
la
certeza de un dios impiadoso
cumpliendo
su venganza:
las
sombras se agigantaron;
por
el cielo, un jinete del apocalipsis
ataba
un cadáver a su carro triunfal.
Todos
lloramos, abrazados y frágiles,
en nuestro
velatorio,
y al
llegar al entierro ya no sentimos nada.
Así
escribimos nuestro epitafio:
estamos
esperando
el
momento del átomo,
la
revancha final,
el
gran desquite.
Lo que alivia el rencor
Sólo que la muerte no era la muerte:
era una hinchazón abultada en el cuello
que a cada bocanada decantaba en esquirla.
No había aire sino espesura con forma de
polvo,
un labio apretado por el rencor y el tiempo.
El que no aparecía en este relato
era el sublime momento de la palabra justa,
el instante preciso de la redención,
donde la esquirla rebota
y el odio se diluye en la limpidez del cielo.
No aparecía, y la vejez venía apabullando,
y la mirada se oscurecía por el polvo
y el rencor no cejaba en su estridencia.
Hasta que brotó el río.
No era palabra sino agua,
un poco enturbiada por el barro, eso sí,
pero lo suficientemente cristalina
para lavar lo rojo.
Y la muerte seguía sin ser muerte,
pero tampoco esquirla,
ni hinchazón abultada por lo triste.
Era fluir, trepar por la corriente,
llegar a la desembocadura del origen
para dormir tranquilo, apaciguado,
listo para volver, para nacer de nuevo.
Pasaporte
No sería esta carta el
único motivo:
los coleópteros vuelan
hasta donde pueden
y si la noche cae en
emboscada
no es indignidad
entregarse en sus brazos.
Hablo de una carta
como excusa,
lo que justifica el
sello del fracaso,
una pregunta por la
irrealidad de las fronteras.
Hoy que las cartas
sólo son pasaportes
rememoro el momento de
la firma,
cuando alguien creía
en las pisadas,
en los tramos
difíciles convertidos en polvo.
Y el polvo era de arena
movediza
y las pisadas débiles
gateos
y la firma un arrebato
de temblor.
En el zaguán que
adorna la frontera
hay plomo que mira
desde los uniformes,
para que acepte la
suerte que me toca.
Y esta carta que tengo
no me sirve:
hace mucho que porta
mi cadáver,
coleóptero pueril que
se ha perdido
sin llegar a su flor,
a su alimento
Escuchando a Lou Reed
La canción de las
cenizas
desgarra el aire con
sus lamentos:
prédica de lo que
será, de lo que fuimos.
Afino la sintonía
y la cortina que
disimula la nitidez
se desvanece para
sacarnos una foto:
vos con tu manía de lo
verdadero,
yo con la imaginación
de una vejez perfecta.
Cuando la canción de
las cenizas se calle
todo volverá a su
anestesia,
ilusión de eternidad,
espejismo de lo durable.
Pero la canción de las
cenizas volverá a sonar
para acunarnos.
Confundidos en sus
notas,
esparcidos en un mar a
cuya orilla
arderá la hoguera de
unos huesos
parecidos a nosotros.
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